0

El agente sabe demasiado

Robbin Barberan - 23/09/2009 13:31

La figura del agente no ha sido la más romántica del panorama deportivo. Tildados hasta de parásitos por el enemigo, su situación se ha ido normalizando toda vez que la extrema complejidad de los procesos contractuales es conocida por cualquier buen aficionado que haya llegado a este blog. Eso no quita para que feos quistes veraniegos, como el reciente affaire Ricky Rubio, puedan acabar confundiendo al más pintado, dibujando escenarios maniqueos de buenos y malos. La historia sale ahí en nuestra ayuda con casos como el que vamos a recordar. La parte dura (que la hubo) de lo que debiera entenderse como un pasaje de plena felicidad: firmar el primer contrato a uno de los mayores robos de la historia del draft.

En 1985 imitar a Houston con sus Twin Towers era el deseo de toda la NBA. Pero en el puesto 13 estaba difícil pescar algo gordo para los Utah Jazz. Las expectativas llevaban a un profético Frank Layden, entrenador y general manager, a comentar:

no preveo que consigamos un titular o un chico que le dé la vuelta a la franquicia. Me conformaré si cogemos un buen jugador, alguien que nos pueda ayudar el próximo año. Obviamente estamos apuntando hacia gente alta

Karl Malone y Frank Layden (Foto: The Salt Lake Tribune)

Karl Malone y Frank Layden (Foto: The Salt Lake Tribune)

Scott Layden, el jefe de scouting, y el entonces asistente Jerry Sloan pasaron el fin de semana previo en la cabaña de Frank en Ogden Canyon. Había que clasificar a los jugadores y dejar una lista definitiva para elegir al que estuviera más arriba que todavía anduviera libre en el tradicionalmente gafado 13. En un principio sonaban con fuerza Wennington y Rasmussen entre los pívots, Terry Catledge y Oakley como aleros, y en el puesto de base Terry Porter. Pinckney también estaba por ahí, y una gran posibilidad era Keith Lee, que hasta viajó para pasar un examen médico y una entrevista muy positiva. “Él y su esposa son buena gente, tranquila y religiosa”, decía Layden. Marty Blake, el director de scouting de la NBA, apuntaba dos nombres cayéndose a última hora, Mullin y Lee, y quizás el retroceso del de Memphis le llevara a unos Jazz que no parecían tener miedo de sus rodillas.

Los eventos que condujeron a Karl Malone a Salt Lake City se desencadenaron unos pocos días antes del draft, cuando los Jazz supieron de ciertos “malabarismos” y decidieron estudiar al misterioso Mailman, por si acaso. Y les gustó lo que vieron. El martes 18 de junio por la mañana, el manager general de los Hawks, Stan Kasten, llamó para indicar que las elecciones 9, 10 y 11 parecían cerradas, con Chicago y Cleveland elaborando un intercambio. Los Cavaliers seleccionaban en el puesto 9 a Charles Oakley y lo mandaban a los Bulls a cambio de Keith Lee. Mientras, Phoenix se quedaría con Ed Pinckney.

Eso dejaba a los Bullets como la única amenaza que les podría dejar sin su particular atraco. Scott Layden daba por hecho que Washington se haría con Malone. Pero los de la capital habían traspasado a los Warriors a Greg Ballard el lunes a última hora de la noche, por lo que los Jazz se figuraron más tarde que irían a por un alero pasando de un cuatro puro. “No pensábamos que llegarías hasta nosotros”, le dijo Layden a Malone en el que quizás fue su primer contacto. A primera hora de la mañana del día del draft, la lista de los Jazz se centraba en Malone, Lee, Porter, Wennington, Oakley y Rasmussen. En caso de que los Bullets se hubieran hecho con Malone, Terry Porter sería el elegido, fundamentalmente por la condición de Darrell Griffith como agente libre. El mejor jugador de la División III, procedente de Wisconsin-Stevens Point, acabaría elegido por Portland en otra decisión formidable.

Pero la contratación de Malone no sería tan sencilla. Tras presentar su primera propuesta a Phil Marantz, abogado angelino de los Jazz, el agente de Malone desde abril, Bill Blakeley, se ganó el cariño de los mormones al declarar su preocupación por el pasado de la modesta franquicia de no pagar a sus jugadores. Todavía coleaba la desagradable disputa con Adrian Dantley y su agente, el ínclito David Falk, en el arranque de la 84-85. La directiva, que se había visto con Marantz en San Francisco durante la reunión general NBA de finales de junio, había esperado a conocer esa primera oferta para adoptar una estrategia. Ellos se basarían en la posición de su elegido, mientras que el agente se hacía el loco ignorando cómo no había salido ya en el puesto 5 por Atlanta. La cosa empezaba lenta, mas Layden decía no estar del todo preocupado. La razón de eso es “porque sé que va a estar en nuestro equipo”.

La tesis del agente salió fortalecida tras la actuación de Malone en un torneo Pro-Am en Dallas en el que, formando parte de un equipo con ex jugadores de Louisiana Tech, se había ido en la final a 18 puntos y 13 rebotes frente a otro jugador también apellidado Malone y de nombre Moses. “Puedo estar loco por dejarle jugar, que se puede lesionar, pero te lo garantizo, se lo hizo a Moses”, informaba el taimado Bill. Que tan pronto soltaba que Frank Layden sacaría lo mejor de Karl, incluso siendo como un padre, como amenazaba con una de sus especialidades: la marcha a Europa si la cosa no les gustaba.

El chico de campo, que había visitado Salt Lake City siendo un sophomore en el high school, expresaba su deseo por los ranchos y decía querer cambiar su Datsun/Nissan 300ZX por un camión que encajaría en la pequeña Utah a la que, ignaro en geografía, definiría como una “ciudad” cinco o seis veces del tamaño de su Summerfield natal (así de grande veía su pueblo querido de 400 habitantes), mucho más de su agrado que las grandes urbes por la posibilidad de tener el campo a mano como en Ruston. Todo ese aire fresco contrastó luego con su negativa inicial a aceptar algo más de 800000 dólares por cuatro años, lo que no sentó muy allá en la prensa de Salt Lake City. Era una locura rookie generalizada: con Larry Bird como el mejor pagado con dos kilos al año, Pat Ewing andaba pidiendo tres en un New York vendido. En el caso de los Jazz, muy liados además con la ampliación de contrato de Eaton, parecía lo justo cuando el número 14, Alfredrick Hugues, acababa de firmar en julio por los Spurs por 800000 justos; y Rasmussen y Blab, elegidos más atrás, se habían comprometido por cifras inferiores a las de Hugues. Pero Bill Blakeley pensaba muy diferente.

Bill Blakeley en North Texas (Foto: The Salt Lake Tribune)

Bill Blakeley en North Texas (Foto: North Texas Daily)

De 51 años, conocía muy bien a Karl de su última campaña en North Texas, universidad a la que dirigió desde 1975 a 1983, el primer año de Malone en Louisiana Tech, y al que habían frenado en la primera ronda del Torneo de la Southland Conference. Como curiosidad, en su primer curso con los Eagles Blakeley llamó la atención poniendo un letrero en la parte trasera de su silla en el banquillo que rezaba Under Construction”. Así consideraba él al equipo. En Utah preferían burlarse de algo que recordaban mejor, su fugaz paso por los Texas Chaparrals de la ABA en la 70-71. Una campaña en la que los Utah Stars fueron campeones, entre otras cosas, por lo bien que le salió al GM Vince “Moose” Boryla (presidente entonces de Denver, y que acababa de ser elegido ejecutivo del año en la 84-85) enviar a Texas, suponían ellos que con el OK de Blakeley, al ex madridista Wayne Hightower y Donnie Freeman por dos tipos con más recorrido como Ron Boone y Glen Combs.

Esa contraoferta vino en una semana movida, la del cumpleaños de Malone el 24 de julio, al tiempo de The Days of ’47 y su desfile del Día del Pionero por Salt Lake City. A Malone le invitarían a una carroza junto a Layden, los “europeos” Pace Mannion y Fred Roberts, el comentarista Hot Rod Hundley y una miss para alegrar la vista. Completarían la jovial jornada una visita al hospital infantil, una vuelta por el valle y una barbacoa con la gente de los Jazz.

La mañana siguiente la pasó en una sesión de fotos patrocinada por el equipo y hablando sobre cómo le gustaría que su omnipresente —y muy ejemplar— madre le acompañara el fin de semana en el momento de firmar el contrato. Poco después haría una entrevista para una televisión local con Jim Nantz, un comentarista que daría el gran salto hacia la CBS ese mismo año. Pero las alegrías acabarían aquí, que al cabo de unas horas Blakeley y Malone volvían a Texas tras escuchar las insuficientes cantidades presentadas por el presidente David Checketts, Layden y Marantz. También Frank se marcharía de la ciudad rápidamente, que tenía que acudir a un campus en Spokane con el Hall of Famer Stockton y suponemos que, de paso, visitar el bar del padre de John. El maligno Blakeley, con el que Malone pasaba el verano en su base de operaciones en Dallas, seguiría azuzando con una oferta italiana y sembrando mucha cizaña al adivinar el futuro soltando que su chico era mejor que Thurl Bailey y merecía más que lo que cobraba (1 millón por tres años) el titular del equipo, todo un campeón universitario y elegido más arriba dos años antes. Una puñalada para preparar el ambiente entre futuros compañeros durante muchos años. Layden no pensaba que en Italia le fueron a pagar más que ellos ($250000), pero ya sí veía difícil tenerle firmado para el campamento de rookies y agentes libres del 7 al 11 de agosto, previo a una summer league a la que finalmente no acudiría, que ir de pesca con mamá era sagrado. Lo que tenía claro es que no se podía estar sin acuerdo para el training camp en el Westminster College a finales de septiembre.

Para poner en perspectiva las cosas, el mejor pagado Dantley tenía finalmente, tras sus durísimas negociaciones, una ficha que había saltado de 515000 a 950000 dólares. En torno al 40% del payroll más bajo de la liga, sobre 2.3 totales a falta de saber la situación final con Griffith y Eaton. Sin el escolta se estaría en 2.9, por debajo de los 3.3 de Milwaukee. Lejos del límite permitido que subía ese verano de 3.6 a 4.2 millones de dólares.

Blakeley volvería a usar ofertas italianas. Concretamente una del equipo de Desio, que hasta hizo de anfitrión para Malone a principios de septiembre del 87. También llevaría a otros jugadores como Joe Dumars, el “marketeable” Spud Webb, Randy White (el fallido The Mailman II) con el que utilizó ofertas griegas, Will Perdue, Mookie Blaylock u Oliver Miller. Finalmente, el 7 de agosto se llegó al acuerdo por el que Malone percibiría 1.05 millones en cuatro años, por lo que sí se pudo presentar al campamento de esa semana (en el que no estaría nada bien), incorporándose a la sesión del jueves 8 a las diez de la mañana en lo que fue su primer contacto con el balón siendo un Jazz. El portavoz de Utah, Bill Kreifeldt, comentaba que era la primera vez que firmaban a su elección de primera ronda tan rápido.

El 3 de agosto del 88 acabó la relación con Blakeley. “Nadie más tomará decisiones por Karl Malone”, decía el jugador hablando ya en una encantadora tercera persona. Se llegó a un acuerdo por el que el agente y su firma, Talent Sports International, recibieron 160000 dólares como compensación. 2/3 del 4% que le correspondía por el contrato firmado el verano anterior, de seis millones en seis años. Teri Shelton, que había estado en la fima de Bill, pasaría a ser su contable; y emplearía a un consejero de inversiones de Arkansas y un responsable en marketing. Así acabó una relación con recordados vaivenes en el año rookie de Malone. Tras firmar el contrato en el 85, un primer desencuentro llevó a Karl, que tenía como consejero económico de vestuario a Dantley, a un breve periodo con los poderosos ProServ de Washington D.C. Hacia el final de esa campaña se unió al turbio Sherwood Blount, de Dallas como Bill, y conocido por el gran escándalo de pagos a jugadores de football a principios de los 80 en la Southern Methodist University; también los recibirían los jugadores de baloncesto, como el inefable Jon Koncak, uno de sus más ilustres representados; y en este centro intentaría colocar a la superpromesa Larry Johnson en el 87. Blount deseaba un nuevo acuerdo en el verano del 86, lo que no convenció a Karl y le hizo volver al redil del clan Blakeley en octubre. Sería esa vez, que las reclamaciones de un nuevo contrato cada verano pasarían a ser un clásico de Malone, cargando a la conservadora opinión pública mormona. El caso es que, tras varias amenazas de dejarle durante la temporada 87-88, después de los exitosos playoffs finalmente se produjo una ruptura que no apuntaba a las reconciliaciones anteriores:

“No deseo ni ver a un agente. Ahora odio la palabra agente”.

Y casi que nos lo tragamos hasta que volvería a ellos como otra faceta más de la notoriedad crecientemente beligerante de los años MVP.

Pero eso es otra historia.

Karl Malone, con Jerry Sloan (NBA Photos/NBAE via Getty Images)

Etiquetas: , , , , ,

Déjanos tu opinión

Debes acceder para dejar un comentario.