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Una década sin Goliath

Robbin Barberan - 14/10/2009 05:28

Siempre se dice que los grandes guerreros, los héroes, pierden la vida en el campo de batalla. Pero en esto, como en todo, tiene que haber excepciones. El 12 de octubre de 1999 Wilt Chamberlain era hallado muerto en la cama de su domicilio de la localidad californiana de Bel-Air, después de haber sufrido un paro cardíaco. El que fuera el jugador más determinante de la historia de la NBA y coleccionista de récords insuperables dejaba varios hermanos, pero no así esposa ni hijos. El motivo de todo esto es el resultado de una biografía fascinante, de la trayectoria del que quizá ha sido el jugador más especial en pisar nunca una cancha de baloncesto.

Wilt Chamberlain con Michael Jordan, en 1997 (Glenn James/NBAE via Getty Images)

Con Michael Jordan, en la ceremonia de los 50 mejores jugadores, en 1997 (Glenn James/NBAE via Getty Images)

Hace una década, la noticia de la muerte de Chamberlain pilló por sorpresa a todo el mundillo de la NBA. A sus 63 años, era todavía una persona relativamente joven, que además siempre se había caracterizado por mantener un estado físico envidiable. Tanto es así, que a principios de los años ochenta se especuló con su posible regreso a la Liga a sus 45 años, algo que nunca fructificó. Sin embargo, la realidad era bien distinta. Chamberlain ya había tenido problemas de corazón. En 1992 ingresó en un hospital a causa de una arritmia, y su situación empeoró en aquel fatídico 1999. Durante un mes antes de su muerte, los médicos tuvieron que drenarle a diario líquido de sus piernas para mitigar sus problemas cardíacos. Finalmente su corazón se detuvo y se llevó por delante su vida.

A pesar de conocer las causas de su muerte, pocos podían creer que hubiera algo en el mundo capaz de acabar con Goliath, con el que probablemente haya sido el atleta más fuerte en jugar al baloncesto en toda la historia. Estamos hablando de un pívot de 2.16 metros y más de 125 kilos de peso, una auténtica bestia de la naturaleza que si no hubiera sido jugador de basket habría destacado en cualquier otro deporte. De un jugador que le rompió un dedo a Red Kerr al aplastarlo entre el aro y su mano después de un mate brutal, del mismo que le puso un tapón a Gus Johnson con tanta fuerza que acabó por sacarle el hombro del sitio. Del mismo jugador que durante toda su carrera recibió las defensas más violentas y las faltas más flagrantes que jamás se han practicado.

En su época universitaria con los Jayhawks de Kansas, Wilt Chamberlain ya era un jugador imparable. Sus números nunca bajaban de los 30 puntos y 20 rebotes, y su efecto era imposible de mitigar. Los entrenadores se estrujaban las meninges buscando la forma de pararlo. Lo más suave que se les ocurrió fue elaborar asfixiantes defensas en zona para evitar que recibiera el balón, pero realmente lo habitual era practicar contra él defensas dobles o triples, hacerle faltas sin balón para impedir que bajara a defender, o colgarse literalmente de su brazo y su cuello. Ni en la época más dominante de Shaquille O’Neal y del Hack-a-Shaq se llegó al nivel de violencia que recibió Chamberlain. Tras muchos partidos, incluso mostraba marcas de dientes en sus brazos. Todo parecía valer para parar al gigante. En 1957 Kansas llegó a la Final de la NCAA, aunque acabó perdiendo (después de 3 prórrogas) contra North Carolina. Durante un tramo del partido, los Tar Heels de Frank McGuire estuvieron más de diez minutos pasándose el balón sin ninguna intención de lanzar a canasta (el reloj de posesión no llegó a la NCAA hasta los años 80), todo para evitar que Chamberlain pudiera recibir el balón. Tal era el miedo que infundía en sus rivales.

El tiro libre, uno de los pocos puntos débiles de Wilt (NBA Photo Library/NBAE via Getty Images)

El tiro libre, uno de los pocos puntos débiles de Wilt (NBA Photo Library/NBAE via Getty Images)

Con todos estos factores jugando en su contra, Chamberlain decidió dejar el baloncesto universitario tras su año junior, cansado de los sistemas de juego y las defensas que preparaban contra él, y decidido a empezar a ganar dinero codeándose con los profesionales. Sin embargo, la NBA no permitía entonces jugar a aquellos que no habían completado su ciclo universitario, por lo que Wilt acabó jugando la temporada 1958-59 con los Harlem Globetrotters. En el verano de 1959 ya estaba preparado para debutar en la NBA, y los Philadelphia Warriors se hicieron con sus servicios a través de su territorial pick. Chamberlain había jugado a nivel universitario en Kansas, pero el propietario de los Warriors Eddie Gottlieb argumentó que al no haber equipo NBA en Kansas y al haberse criado en Philadelphia hasta su época en el high school, su equipo tenía los derechos “territoriales” sobre el jugador. La NBA dio la razón a Gottlieb, y Chamberlain debutó en la Liga siendo el jugador mejor pagado hasta la fecha. Su impacto se dejó sentir de inmediato, ya que acabó su primera temporada con 37.6 puntos y 27 rebotes de media, siendo elegido Rookie del Año y MVP, algo que sólo Wes Unseld ha sido capaz de igualar. Sin embargo, después de su primera temporada amenazó con la retirada, dado que las defensas seguían cebándose contra él como siempre, y tenía miedo de que un día perdiera los nervios y acabara haciendo daño a alguno de los rivales que le paraban de la manera más sucia imaginable. Nobody loves Goliath, como él mismo decía.

Gottlieb fue capaz de convencer a Chamberlain de que siguiera, y éste respondió mejorando una estadística ya de por sí estratosférica. En la temporada 1961-62, Chamberlain se salió de este planeta y acabó firmando una media de 50.4 puntos por partido, disputando además 3.882 de los 3.890 minutos de su equipo. Para hacernos una idea, el mejor Michael Jordan sumó casi mil puntos menos que Chamberlain esa temporada. Por si fuera poco, añadió 25.7 rebotes y una cantidad inimaginable de tapones (la estadística aún no se contabilizaba). Ese año también alcanzó la mítica barrera de los 100 puntos en un partido. A pesar de ello, y aunque parezca increíble, no fue elegido MVP. Y lo peor es que empezaba a formarse sobre él una imagen de “perdedor” que le acompañaría toda su vida. Sus números eran de otra galaxia, de eso no hay duda, pero una vez tras otra su equipo fracasaba en Playoffs, casi siempre contra los Boston Celtics de Bill Russell en séptimos partidos de eliminatorias igualadas. La rivalidad entre ambos es quizá la más legendaria del baloncesto, dos estilos de juego totalmente opuestos enfrentados por un mismo objetivo. El talento individual contra la fuerza del colectivo. Y en esos duelos casi siempre ganó Russell, aunque ambos forjaron una amistad que a pesar de sus altibajos se mantuvo durante toda su vida.

[amazonify]1572436727:left:product[/amazonify]Chamberlain se quitaría de un plumazo el cartel de loser en el año 1967. De nuevo en Philadelphia (esta vez para jugar con los Sixers) después de que los Warriors, entonces en San Francisco, tuvieran de desprenderse de él en 1965 por su acuciante situación económica, calló las bocas de quienes creían que no era capaz de guiar a su equipo al título. Wilt estaba en el mejor momento de su carrera (ganó su segundo MVP consecutivo), y su entrenador Alex Hannum le instó a que añadiera a su imparable repertorio ofensivo una mayor preocupación por la defensa y el pase. El resultado fue que los Sixers brillaron en lo colectivo y derrotaron con facilidad a San Francisco (curiosamente el ex equipo de Chamberlain) para conseguir el preciado Anillo. Al año siguiente, Wilt fue capaz incluso de liderar la NBA en asistencias, algo que parece irrepetible para los pívots de hoy en día, y que se suma a su larga lista de méritos.

En el verano de 1968, Chamberlain fue traspasado a Los Angeles Lakers después de que los Sixers cayeran de nuevo contra los Celtics en la final del Este. De nuevo el fantasma de la palabra perdedor se había instalado a su alrededor, e incluso su gran rival Bill Russell le acusó de “borrarse” de los últimos minutos de la Final de 1969, cuando en realidad estaba lesionado (Russell acabaría reconociendo su error y pidiéndole disculpas). Las decepciones siguieron llegando un año tras otro, primero cuando los New York Knicks de la milagrosa reaparición de Willis Reed les derrotaron en la Final de 1970, y después cuando un joven Kareem Abdul-Jabbar les apeaba en la Final de la Conferencia Oeste de 1971 superando claramente a Chamberlain. Pero todo cambió al año siguiente.

Alegría en L.A. (Dick Raphael/NBAE via Getty Images)

Alegría en L.A. (Dick Raphael/NBAE via Getty Images)

La temporada 1971-72 fue una de las mejores de la historia de los Lakers. Y eso que empezó mal, con la lesión fatal de Elgin Baylor que pondría el punto final a su brillante carrera. Sin embargo, los Lakers de Chamberlain y Jerry West fueron capaces de encadenar 33 triunfos de forma consecutiva (récord aún vigente) y acabar con 69 victorias, una marca que sólo han podido superar los Chicago Bulls de 1996. De nuevo los Knicks esperaban en las Finales, y esta vez los Lakers no fallaron. Un excelso Chamberlain condujo a su equipo al primer Anillo de la etapa angelina de los Lakers, llevándose además el MVP de las Finales. De perdedor, nada de nada.

La siguiente temporada acabó de igual manera, con los mismos protagonistas en la Final. Sin embargo, esta vez los jóvenes Knicks derrotaron a los veteranos Lakers, y Chamberlain optó por la retirada a sus 37 años después de 14 temporadas en la NBA promediando más de 45 minutos por noche y seis Finales disputadas. Tras de sí dejó una sarta de reconocimientos imposibles de enumerar. Baste con recordar sus cuatro MVP’s, su premio al Rookie del Año, MVP de las Finales, siete veces máximo anotador, 11 veces máximo reboteador y sus 13 participaciones en el All-Star. Muchas de sus marcas individuales están todavía por batir, y no parece que haya nacido todavía el jugador capaz de acercarse a ellas. Esto habla del increíble legado de este jugador, como también lo hace el hecho de ser responsable de que se cambiaran algunas reglas de este deporte. Debido a su dominancia, se decidió ensanchar la zona para que no recibiera tan cerca del aro, y se revisaron las normas concernientes al goaltending en ataque para que alguno de sus palmeos no contaran como canasta. De no haber sido así (y de no ser también por su paupérrimo acierto desde el tiro libre, su talón de aquiles), quizá los números de Chamberlain habrían sido aún más increíbles.

Después de dejar el basket se dedicó profesionalmente al voleyball, amagó con combatir en el ring contra el mismísimo Muhammad Ali e hizo sus pinitos en el cine -fue el “malo” de Conan el destructor (Richard Fleischer, 1984)-.  Pero sobretodo se dedicó a vivir la vida. En su famosa biografía de 1991 afirmó haberse acostado con 20.000 mujeres (si un año tiene 365 días, invito a hacer el cálculo del ratio mujeres/día), y alimentó su fama de playboy derrochador y libertino, amante de los lujos caros y de la buena vida. Aquél niño tartamudo y acomplejado de su infancia había dado un giro radical. En su juventud se sentía cohibido de que la gente lo mirara, pero después convirtió esa timidez en un magnetismo que lo hacía irresistible.

A diferencia de otros jugadores de su generación como Russell o West (ejemplos de elegancia tanto dentro como fuera de la cancha), Chamberlain arrastra un aura de “maldito”, de desclasado. Se ganó fama de egoísta, de buscar sólo su lucimiento, de poco comprometido con sus equipos (era frecuente que se durmiera y no acudiera a los entrenamientos) y de tener un carácter difícil de soportar. Debido a ello, y aunque a su muerte todo fueran panegíricos y alabanzas, tenía curiosidad por ver cuántos medios se hacían eco del aniversario de su muerte. La respuesta, por desgracia, no me sorprendió: ninguno.

Por eso, sirvan estas líneas como pequeño homenaje al más grande entre los grandes. A uno de esos privilegiados capaces de cambiar la historia del deporte. Hasta siempre, Wilt.

Wilt Chamberlain y Bill Russell (Dick Raphael/NBAE via Getty Images)

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